Ante la presencia de fieles que llenaron el templo parroquial, el Sr. Obispo se refirió durante la homilía a la situación de violencia y de inseguridad que se vive en México.
En ese marco se refirió al mensaje del Episcopado dado a conocer en noviembre pasado en el que se planteó esa situación de dolor, muerte e incertidumbre y en el que alientan la esperanza.
Que en dicho documento, recordó, comunican que quieren compartir su mirada sobre esta realidad, una mirada que definió como realista, crítica pero a la vez esperanzadora, “porque más allá del mal está la presencia de Jesucristo”.
En ese marco y aludiendo a las Bienaventuranzas, señaló que los pobres no han dejado de ser pobres, los perseguidos siguen siendo perseguidos y los que lloran no tienen consuelo. Que son las Bienaventuranzas nuestra esperanza.
Añadió que México sigue viviendo una situación especialmente difícil por la violencia que tiene como móvil acumular poder político, dinero o bienes sin reparar en los medios utilizados para ello. Aseguró que la violencia la ejercen no solamente los profesionales del crimen.
Que también la violencia se da en el propio hogar, en la propia familia donde no hay atención a los hijos, donde las mujeres no son tratadas con respeto.
Lamentó que Ciudad Juárez, en el norte del país, desde hace meses sea catalogada como la ciudad más violenta del mundo lo cual, añadió, para nada honra a esa ciudad.
Pero que tampoco nos deja en paz lo sucedido en Haití tras el terremoto como tampoco nos deja en paz lo sucedido recientemente en municipios del oriente de Michoacán debido a las recientes lluvias.
Tras preguntarse el Sr. Obispo qué hacer ante esto, ante los estragos del mal provocado por la naturaleza o por la maldad del corazón. Qué nos queda hacer como Iglesia, insistió.
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